Una política exterior de Todo a 100: ¡El terror, idiota! por Anne Bayefsky Hacen bien los Demócratas en sentirse inquietos con motivo de la acusación de apaciguamiento por parte del Presidente Bush. Es su talón de Aquiles en estas elecciones y lo saben. El manta de la campaña de Obama en política exterior se reduce a esto: Hablar es fácil. A lo largo de los cinco próximos meses vamos a ver que muchos tentáculos de una estrategia así van a emerger, y que la respuesta “eso es un ataque político” – como se queja Obama – va a ser tratada con el desprecio que merece. Determinar cómo tratar a los enemigos de la libertad y la democracia es un tema absolutamente político. Las primeras maniobras del aspirante a Presidente Obama concernientes a los estados patrocinadores del terrorismo merecen repetirse – desde ahora hasta el 3 de noviembre: De la página web de Obama: “Obama es el único candidato de los favoritos partidario de una diplomacia presidencial directa y firme con Irán sin precondiciones… Obama es el único candidato de los favoritos partidario de hablar con nuestros Enemigos y Amigos: Obama está dispuesto a reunirse con los líderes de todas las naciones, amigas y enemigas.” Del debate de julio en la CNN: “¿estaría usted dispuesto a reunirse por separado y sin precondiciones durante el primer año de su administración, en Washington o en cualquier otra parte, con los líderes de Irán, Siria, Venezuela, Cuba y Corea del Norte, con el fin de superar el vacío que divide a nuestros países?” Senador Obama: “Lo haré.” La premisa en esto es que el líder del mundo libre sentándose a hablar con uno de los líderes del mundo no libre es como charlar con un amigo tomando un café hablando sobre un error cometido con una mala cita – donde no hay otra salida que resignarse. Hablar con el enemigo, sin embargo, no es un encuentro comparable. El objetivo es alterar el estatus quo a favor de uno, bien alterando el comportamiento posterior de tu enemigo, o bien el de tus aliados. Lograr ese objetivo nunca carece de precio. Los preparativos para cualquier encuentro diplomático de alto nivel son cuidadosamente preparados y están altamente orquestados. El propio encuentro tiene consecuencias que es necesario prever y controlar. La primera consecuencia inevitable es la apariencia de legitimidad, es decir, un cierto grado de igualdad y agravios serios por parte de ambas partes. En la práctica, el columnista David Brooks informaba este pasado fin de semana que Obama ya se ha referido como “legítimas” a las reclamaciones de organizaciones terroristas como Hamas o Hizbulah. ¿Qué va a obtener América a cambio de pagar el elevado precio de fomentar la equivalencia moral? ¿Nuestros aliados antiguos y de conveniencia se van a sentir tranquilizados por un reportaje fotográfico? ¿El sucedáneo de discurso político en nuestro bando va a ser más rentable que el respaldo en la popularidad que el enemigo tiene en su propio campo? La respuesta a ambas preguntas es un “no” obvio. De manera que habrá una segunda consecuencia inevitable – la necesidad de tener algo de lo que prescindir. Se podría intentar afirmar que la propia instantánea a efectos de relaciones públicas es “el gesto de consideración” y la apariencia de legitimidad, y que los agravios de acompañamiento son todo lo que se va a ofrecer. Pero esa postura no se tiene en pie, puesto que al haber dado legitimidad a la otra parte, darte la vuelta e ignorarla por completo no lleva a ninguna parte. Y de esa manera, una se pregunta, ¿qué es lo menos que puede dar América? Tiempo. Tiempo para la diplomacia. Tiempo durante el cual no estás realizando ningún movimiento hostil contra tu enemigo. Y tiempo para que el enemigo, digamos, avance con mayor rapidez los programas de armamento nuclear y la venta de armas nucleares a manos de individuos que no desean otra cosa que volarte en pedazos. O como describen los no diplomáticos este tiempo perdido: La vida es lo que pasa mientras estás ocupado haciendo planes. Esta Estrategia Obama tiene muchos coronarios. A la cabeza de la lista está situar a Naciones Unidas como piedra angular de cualquier agenda diplomática. Las Naciones Unidas serán el referente y el centro independientemente de su decepcionante trayectoria a la hora de cumplir su raison d’etre — proteger la paz y la seguridad, promover los derechos humanos y el respeto y la igualdad entre naciones grandes y pequeñas. Este pasado año la burocracia de Naciones Unidas condenaba a Estados Unidos por violaciones de los derechos humanos con mayor frecuencia que el 98 por ciento de todos los demás estados miembros de Naciones Unidas. Pero en el universo del por hablar no pasa nada, el antiamericanismo crónico de Naciones Unidas será sofocado como simples exageraciones que provocan escándalos. Inofensivas, hasta que América busca por Naciones Unidas aliados para detener el genocidio de Sudán, las hambrunas de Zimbabwe, el totalitarismo en China, la subyugación del Líbano, la esclavitud en Arabia Saudí, la tortura en Birmania o los programas de armas nucleares en Irán y Corea del Norte, y descubre que en el mundo de la diplomacia de Naciones Unidas, el único malo es Estados Unidos. Un editorial del New York Times destaca otro corolario – pidiendo más diálogo civilizado. Los iraníes defienden una idea similar – ellos lo llaman el diálogo entre civilizaciones. Como es natural, las autoridades iraníes consideran a su propio país – en el cual la lapidación, la horca o las amputaciones de miembros como castigo, son penas legalmente válidas – como una de esas civilizaciones. Un diálogo civilizado con un Presidente anti-civilización como Ahmadinejad recuerda a la visita en septiembre de 2007 de la Comisaria de Naciones Unidas para los Derechos Humanos Louise Arbour a Teherán, con el fin de asistir una conferencia con el título “Derechos Humanos y Diversidad Cultural”. El día posterior a que ella asistiera atentamente al discurso del presidente y dialogase con sus funcionarios, el régimen ejecutaba a 21 personas colgando sus cuerpos desde grúas de obras públicas situadas en lugares públicos. En resumen, por hablar sí que pasan cosas. Y la sorprendentemente díscola política exterior del aspirante Obama se pagará en sangre, sudor y lágrimas. Anne Bayefsky es doctora en Derecho Internacional por las universidades de Toronto y Oxford y es un miembro distinguido del Hudson Institute, el Instituto Hoover y la Fundación para la Defensa de las Democracias.